No pocas veces he logrado presenciar la situación en la que un niño, aún en su etapa de inocencia, le pregunta a un mayor, casi siempre familiar cercano, sobre la cualidad de bueno o malo de una acción sobre la cual ha sido enseñado. Si es una acción incorrecta, por lo general la pregunta es: "Fulano, ¿eso no es malo?" Si es el padre o la madre, la pregunta es un poco más directa: "¿No me dijiste que eso era malo?"
Ante una situación como la anterior, he escuchado tres vertientes: la primera, y casi predominante, el mayor manda a callar al niño o niña, regañándole porque entiende que no tiene por qué llamarle la atención a un adulto, y en muchas ocasiones utilizando la palabra "irrespetuoso"; la segunda vertiente es justificarse, muchas veces mintiendo, e incluyendo algo así como "yo lo puedo hacer, que soy mayor, tú no"; la tercera, y en muy bajo porcentaje, el adulto reconoce que está haciendo mal y le "promete" al niño no volverlo a hacer (y yo añado, "no al menos delante de ti, que me vigilas y remedas").
Algunas veces me pregunto, para aquellos que creemos en Dios, si dejáramos de hacer las cosas incorrectas si se nos apareciera de repente Jesucristo y nos preguntara en el acto: "¿No te dije que eso era malo?"; sin embargo, luego me acuerdo de la historia que Jesús habló sobre el Rico y Lázaro, en la cual Abraham decía al rico: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos" (Lucas 16:31).
Si no hacemos caso a la conciencia de lo incorrecto de una acción, no esperemos a que se levanten todos nuestros difuntos ancestros a advertirnos, porque si no hacemos caso al vivo, menos haremos caso al muerto.
Hechos 24:16
Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres.
Autor: David A. Guerrero S.
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